Tránsito, 2012
Dime cómo mueres y te diré quién eres.
Octavio Paz.
Puerto de Veracruz. México.
Palacio de Bellas Artes. Ciudad de México. Nuevo León. México. |
San Rafael. Ciudad de México.
San Luis Potosí. México
Zacatecas. México.
Iztapalapa. Ciudad de México.
Dolores Hidalgo. Guanajuato, México.
Huixquilucan, Estado de México.
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Oaxaca. México.
Iztapalapa. Ciudad de México.
Dolores Hidalgo. Guanajuato. México.
León. Guanajuato. México.
San Ángel, ciudad de México.
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*Proyecto producido con una Beca Jóvenes Creadores del FONCA
Tránsito o nuestra fugacidad
José Antonio Rodríguez
De pronto, la soledad.
Han pasado ya por esos espacios
personas, lágrimas, dolor y memoria. Enfrentamientos con uno mismo, con lo
irreductible. Es un rito de paso, ciertamente, tan relevante como un nuevo ser
en la familia. Pero no, en este caso se trata de la ausencia, siempre
lastimosa. Porque aquí ya se da un no estar con los otros. De abandonos mutuos,
forzados, irremediables. Y por ahí quedarán los vestigios de los objetos, no tanto inanimados –aunque
siempre en su quietud- porque han sido habitados/usados por una intensidad de
emociones. Son los resquicios y vestigios de las funerarias en este país. Lo
que queda después del ritual: nuevos abandonos que han acogido una vitalidad
fugaz. Tránsitos mutuos de quien se queda y de quien deja de estar aquí. Y no
es ese un hábitat vacío, por el contrario ya desde ahí, desde ese aparente
vacío, se sospechan las intensidades ahí dadas.
Humberto Ríos ha hecho un
metódico registro de ese ritual de paso que se da en las funerarias de México. Sitios
de encuentros fugaces. De transitoriedad, sí, porque nadie ha permanecido en
esos ámbitos salvo por un breve lapso. Y de unas horas o de una noche han
quedado sólo los objetos, la vaciedad de un mobiliario en algún momento
abrigador. Espacios en donde sólo han permanecido las huellas. Residuos de un
acto ceremonial multiforme y multiespiritual. Pero a diferencia de otros
autores contemporáneos en donde lo explícito se deja asomar o bien no queda
duda del entorno social que hoy, en este inicio de siglo, se vive en México,
nuestro artista ha acudido mejor a
lo sutil y lo sugerente. Muy cerca de lo intangible, en la apariencia y en la
presencia. Sus imágenes se vuelven así una construcción de sensaciones. Una
búsqueda de las huellas de quiénes fuimos (una celebridad: la mullida alfombra roja
que permaneció en el funeral del escritor Carlos Fuentes en la obra Palacio
de Bellas Artes, México; la austeridad de esas bancas de plástico en la humilde
funeraria de Mérida, México); o bien de quienes permanecieron en el acto post
mortem deambulando por ahí. Permanecer, también sería otro impulso que inunda la obra de Humberto Ríos. En tanto
todos nos convertimos, generamos, somos (hacemos) residuos. Pero una permanencia asomada, discreta,
sumamente pasajera en su liviandad.
Y los espejos, aquí y
allá, por momentos. Frente a los cuales el doliente en tránsito se
enfrenta a sí mismo. De igual manera en que Jorge Luis
Borges escribió un entrañable poema: Sin que nadie lo sepa, ni el espejo,/
ha llorado unas lágrimas humanas./ No pueden sospechar que conmemoran/ todas
las cosas que merecen lágrimas. Acaso por eso también en un resquicio, por ahí, los
pañuelos desechables, que no son requerimiento menor. Rincones en donde se
medita la vida y la muerte. He ahí, entonces, lo frágil y lo etéreo: en esas
alfombras plagada de improntas; en esos receptáculos de limpieza que llegan
cuando todos se van; en esos bellos pétalos dejados para siempre; en esa flores
humedecidas de agua bendecida; en esas tazas para el obligado café de noche; en
esa pizarra en donde por última vez quedará un nombre inscrito; en ese listón
que convoca a la memoria; en esos muebles de descanso para tiempos tristes.
Acudamos, entonces, a
Bachelard en su esencial La poética del espacio. Él mismo, convocando al poeta Milosz lo cita y se extiende: “`Vivir y morir
en ese rincón sentimental, te decías; sí vivir y morir; ¿por qué no señor de
Pinamonte, amigo de los rinconcillos oscuros y polvorientos´. Y todos los
habitantes de los rincones vendrán a dar vida a la imagen, a multiplicar todos
los matices de ser del habitante de los rincones. Para los grandes soñadores de
rincones, de ángulos, de agujeros, nada está vacío sólo corresponde a dos
irrealidades geométricas. La función de habitar comunica lo lleno y lo vacío”.
Tránsito es así una obra en donde
una luminosidad lo permea todo, una luz que se filtra bañando lo objetos. Luces
que cruzan la imagen, que
conforman, de pronto, un estallido
en un cuadrángulo iluminado, un segmento geométrico (de intensidad blanquecina que
se dirige hacia la esperanza), que, paradójicamente lucha contra la penumbra, pero
he ahí que con ello se conforma una cálida paleta de colores. Una tersura
lumínica, cuidadosamente equilibrada, que suele determinar a la imagen y que no
es más que la presencia de lo apacible. Eso también lo da la elegancia de
líneas. Y las lámparas intimistas, de apenas unos cuantos trazos de luz. En
conjunto con esas zonas cromáticas de la imagen que son ocres, blancas, rojas,
como el mismo cuadro pictórico –aquí no hay casualidades- que aparece en una de
sus obras (Puebla, México). Al lado siempre de la sombra, material/ inmaterial. Lo
sombrío que permanece, pese a todo. En esos espacios que ya guardan toda una
historia por más pasajero que el momento haya sido. Testimonios de tiempos y de
los rituales que han coincidido por ahí, en esos rincones. Nunca ocasionalmente
sino de manera precisa. En una cita inevitable en lo que todo coincide: lo
interno de nosotros y nuestras exterioridades dispuestas para el ritual. En
donde se dan y se revierten, entrecruzándose, los sentidos: la presencia de la ausencia. Con todo, aquí lo irremediable
se ha convertido en luminosidad. Y algo ha permanecido: la presencia, siempre, de
quien ha habitado esos espacios. Efímera, sí, en mucho, pero siempre dejando
permanencias. Y lo sabe Humberto Ríos: “Si tuviera que describir mi fotografía
–escribe sobre su propia obra-, diría que parte del silencio y de lo inmaterial
como ritual para explorar la condición humana y su fugacidad”. Él, ahora, en su
obra, ha convocado todos los rastros de nuestras angustias.
Futuro Moncada Forero. Fragmento del texto Los Vasos Comunicantes: Colombia y México.
Humberto Ríos (México, 1983) neutraliza las referencias presentes en el inconsciente colectivo actual, mediante fotografías tomadas en salas de velación de distintos lugares de la república mexicana, mediante la supresión del drama humano. Su mirada no se orienta hacia el cuerpo, pero lo enuncia, lo deja entrever en los objetos compuestos con calma y rigor. Objetos que son el residuo y la huella de los vivos.
La serie “Tránsito” (2012) ocurre en un
nivel velado de contacto aurático, sin aludir siquiera a las
circunstancias específicas de la muerte; se trata de imágenes
silenciosas, solitarias, apacibles; imágenes de la espera y el
recogimiento, en las que no nos es posible saber nada acerca de los
muertos, aunque la muerte exista y lo abarque todo, mediante la
existencia casi escultórica de muebles y objetos en la penumbra.
Es
así como surge una percepción inusual acerca de este escenario de
tensiones. Ya sabemos que las funerarias se asocian frecuentemente a la
pena, el recogimiento y la reflexión, sin embargo, en la serie, nos
enseñan sus dinámicas internas, pero en ausencia, de manera sutil, como
un enunciado del abandono que representa este último lugar de encuentro.
Agradecimientos especiales: mi profundo agradecimiento a todas las personas que me han permitido llevar acabo este proyecto. En primer instancia al FONCA. Quiero agradecer especialmente a Funerarias J. García López por permitirme recorrer sus diversas instalaciones en ciudad de México. De igual forma mi gratitud a Lomas Renacimiento, Memorial San Ángel y al Palacio de Bellas Artes en ciudad de México.
Sitios últimos o la sigilosa mirada por Olivia Vivanco
http://www.spleenjournal.com/index.php?option=com_content&view=article&id=150&Itemid=62